
Imagínate un momento que fueses portador de Covid19.
Imagínate que el Covid19 no dure en tí 14 días, sino toda una vida.
Imagina que las únicas personas que saben que lo posees, son las de tu núcleo familiar y unos cuantos amigos cercanos.
Postulaste a esa empresa mediana, esa nacional que te recomendó uno de tus ortodoxos tíos, el que se las olía. Recuerdas que te entregó el periódico con el aviso resaltado y con una descripción que decía: «Sólo para los fuertecitos como tú sobrino». Y te dijo: No te preocupes, aquí en esta empresa no siguen o implementan muchos estándares internacionales, esas ridiculeces que desenfocan a los trabajadores. Tú acá dedícate a hacer bien tu trabajo nomás y punto.
Tu madre se preocupa por tu estabilidad dentro de los centro laborales por temor a que se enteren que portas el Covid19. Cada vez que le cuentas que has postulado a algún nuevo trabajo, notas su angustia. Esta vez no fue la excepción.
Cuando llegas a la entrevista, visualizas a tu hermano repitiendo una y otra vez su consejo: «Mejor no lo cuentes, omitir, no es mentir. Nunca sabrás quien estará del otro lado de la entrevista o quien será tu jefe, no vaya a ser que te pueda traer problemas». Tus nervios aumentan, por un momento dudas pero decides no omitir; aunque al final no entran en detalles personales y obtienes el puesto. Respiras hondo, pero llega una sensación de autotraición por no haber expuesto tu verdad.
Una vez adentro, te invaden miedos. Eres empático, rápidamente generas confianza con algunas personas que se sientan cerca y te provoca contarles, pero temes ser estigmatizado, denunciado, excluido, apestado.
Te topas con una trabajadora que es prima de uno de tus amigos que saben que eres portador de Covid19. Ibas a saludarla pero ella retrocede, todos notan el desaire.
Al día siguiente llegas a la oficina y ya se escuchaban rumores en los pasillos. Entras al baño a lavarte la cara y a través del espejo ves a un chico del que te hiciste amigo durante la espera de la entrevista. Dijiste: «Hey, también la hiciste». Pero al voltear, se hace al que no te escuchó, ni te mira y sale del baño a paso ligero. No entiendes nada. Sólo te sientes invisible.
Mientras te diriges a tu sitio, alguien te pone cabe, tropiezas y caes sobre el escritorio de un compañero, quien te grita que mantengas tu distancia y comienza a pasar un trapo en el lugar donde caiste. Pasa alguien detrás tuyo y sientes un rociador en la espalda con olor a desinfectante de baño.
Corriste en dirección a tu escritorio con los ojos hinchados, la cabeza hirviendo y la sudoración al máximo. Pero el escenario fue peor al llegar. Encuentras escupitajos en tu teclado y un post it en el monitor que decía: «La mierda tiene otro lugar, ¡fuera portador!»
Al cabo de unos minutos, recibes una llamada desde la oficina de tu supervisor. Te pide que tomes asiento. Te indica que el rumor llego a sus oídos y te pide disculpas por el comportamiento del resto del grupo. Te dice que la empresa está para apoyarte en lo que necesites; sin embargo, lo mejor para todos sería que haga un trabajo más operativo, aislándote en un espacio donde no tengas contacto con el resto para evitar distracciones, comentarios y sobretodo probabilidades de contagio. No debías preocuparte te dijo, tu sueldo no se vería afectado, siempre y cuando no se hable más del tema. Terminó pidiéndote que no cierres la puerta, pues estaba esperando al CM para comunicar en redes un post compasivo respecto al coronavirus.
El sudor era mucho más intenso y la impotencia por llorar llegaba a su límite. Cuando de pronto, sentí unas manos suaves en las mejillas y un tierno beso en la frente que me dio confianza y calma de inmediato.
Desperté y mi madre estaba sentada al pie de mi cama.
Soñé que era portador de este horrible virus mamá. Sentía que te necesitaba tanto a mi lado, y a mis hermanos y amigos…
Aquí estoy hijo.
Si lo sé y precisamente por eso es que he sobrevivido todos estos años. Porque ésta es la ansiedad con la que he despertado muchas mañanas por las injusticias que he vivido por mi orientación sexual o por las situaciones de discriminación por expresión de género por las que pasan algunos de mis amigos o peor aún, por las tragedias y crímenes de odio por identidad de género que vemos con indiferencia en las noticias. La gente, las empresas, la sociedad, nos tratan como si fuésemos portadores de un mortal y contagioso virus, como el del coronavirus; sólo que por la duración de la peste, nuestro virus, se lleva la corona.
Por un mañana en donde la fuerza laboral LGBTIQ+ sea respetada, valorada, reconocida, tratada por igual, con los mismos beneficios y la misma dignidad. Por un mañana donde nadie tenga que regresar al clóset en los trabajos, ni llevar una doble vida, ni hablar de amores pantalla, ni omitir que tiene una familia homoparental. Por un mañana donde lxs trabajadorxs trans sean llamados por sus nombres sociales y que éstos puedan ser leídos en sus credenciales. Por un mañana donde no existan madres que nos lloran, hermanos que se avergüencen, familiares ni amigxs violentxs; un mañana en donde no sintamos que nos traicionamos a nosotrxs mismxs, donde no sintamos temor, donde no nos hagan a un lado, donde no nos invisibilicen, donde no nos discriminen, donde no nos maten. Hay muchas empresas en el Perú que ya se han enrumbado hacia este mañana. Me pregunto… ¿dónde están todas las demás?
Karenina Álvarez Johnson